NORBERTO ALCOVER Desconozco por qué misteriosa razón, de golpe y porrazo nos ha dominado la preocupación por los irremediables problemas que llevaría consigo un drástico cambio climático en el planeta. Está claro que todos conocíamos lo que estaba en juego, pero ha tenido que llegar un especialista en marketing como Al Gore, para que el grito desde la calle y desde las cancillerías se haya levantado hasta el olimpo de los dioses amenizándonos con desgracias sin fin en caso de no tomarnos muy en serio la situación. Si ustedes lo meditan despacio, el fenómeno es llamativo del todo: todo lo demás ha quedado barrido por los nubarrones de CO2 ocultando el cielo y las advertencias apocalípticas de quien, cuando era Vicepresidente de los Estados Unidos, no firmó el Protocolo de Kyoto. Hay que ver.
Lejos de mí disminuir la gravedad de lo que nos está ocurriendo en esta tierra nuestra de la que abusamos en la medida que nuestras pasiones lo demandan: seguramente es mucho más serio de cuanto imaginamos. Desde mi punto de vista y en el colmo de la paradoja, lo que me preocupa no es la amenaza climática en cuanto tal amenaza, porque es objetiva. Me preocupa la posible manipulación que los poderosos estén haciendo de la misma para distraernos de otras urgencias mucho más terribles y que, tras siglos de palabrería inútil, no hemos sido capaces de solucionar. Esto es lo que me preocupa muy de veras: la utilización de una gravísima amenaza para ocultar otras amenazas puede que mucho más cercanas e inmediatas. Porque, inesperadamente, todo es ecología, como si lo demás no tuviera derecho a la existencia. Con el gravamen de que nuestra juventud, siempre tan sensible y solidaria, se ha entregado a esta causa con un fervor que nunca hubiéramos sospechado. Olvidando otras causas.
El gran problema de la humanidad sigue siendo la pobreza, tantas veces convertida en miseria mortal, sobre todo para niños y ancianos. Más de un tercio del planeta pasa hambre, pasa sed, pasa frío o pasa calor hasta límites que conocemos perfectamente pero que preferimos pasar por alto porque nos avergüenza tanta inoperatividad y tanta hipocresía. Nunca como ahora mismo, hemos sido capaces de erradicar esta lacra de la pobreza mundial, especialmente la africana, y nunca como ahora caemos en la cuenta de que los gobiernos pasan de largo ante tantos "cristianos crucificados de la historia", en palabras de Jon Sobrino, que las ha tomado de Ignacio Ellacuría, dos peligrosísimos representantes de la peligrosísima Teología de la Liberación. Peligrosísima porque puso el dedo en la llaga de nuestra intolerable falta de pudor evangélico. Nos fastidia no ser capaces de erradicar la pobreza. Y entonces, hemos decidido buscarnos otra lacra de sustitución. Ahí está el verdadero problema, que recubrimos con el celofán del apocalipsis.
En otras palabras, que si nos entregamos a la causa climática en detrimento de la causa de los pobres, seremos unos vulgares egoístas que velan por su futuro de ricos en perjuicio del presente de los menospreciados del planeta. ¿Será preciso, entonces, permanecer en la brecha de la cooperación gubernamental y no gubernamental en pro de los pobres infradesarrollados, tal vez atendiendo una miaja menos a la problemática climática? Pues sí. De lo contrario, habremos caído en la llamada "tentación climática", que a todos acecha pero fundándose en una realidad objetiva donde las haya. Clima sí, pobreza también. Un ser humano muerto de hambre, por ejemplo, es de tal valía en cuanto ser humano que justifica absolutamente algún retraso climático para evitar que hubiera muerto. Lo que está en juego es el valor de la vida. Desde el comienzo hasta el final pero pasando por las de en medio, por el rito necesario de la sobreviviencia.
Haría mal España en olvidarse de su compromiso con los pobres para entregarse en los foros mundiales a la moda imperante. Haría muy mal. Sobre todo cuando son los socialistas quienes nos gobiernan, cuya consigna histórica es la distribución de la riqueza de manera más igualitaria y fraterna. Pero claro está, si el socialismo español resulta que, en seguimiento del frágil Pettit, ha abandonado la causa de los más desfavorecidos en beneficio de los derechos, entonces para nada podemos esperar de ese socialismo una política en línea con su mejor tradición. Un asunto que merecería reflexión profunda precisamente en estas semanas preelectorales, pero que nadie realizará porque es ideológicamente una reflexión incorrecta. Y además, los pobres españoles y planetarios gritan mucho menos que determinadas minorías. Todos sabemos a lo que me refiero. Y todos callamos.
En fin, que la tentación climática está ahí para quien quiera verla. Pero la pobreza también está ahí, y tal vez ya hayamos decidido que no apetece contemplarla porque resulta molesta y nos acusa de infatigable hedonismo. Una lástima.
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