Charles Darwin no estuvo nunca en Mallorca. Probablemente ni siquiera supiera que existía una isla con ese nombre. Pero sí compartió uno de sus viajes con un mallorquín. Fue la única vez que Darwin se enroló en un barco: el Beagle. Acababa de graduarse en Cambridge y la recomendación de su profesor de Botánica permitió que, con sólo 22 años, se embarcara como naturalista en una expedición británica con la que daría la vuelta al mundo y en la que comenzaría a fraguar su obra cumbre: El origen de las especies.
"Aquellas expediciones tenían un doble objetivo: por un lado, conocer mejor las posesiones de los imperios; y por otro, investigar las diferentes especies de animales y plantas", explica el doctor en Geografía y profesor de la UIB, Climent Picornell. En 1831 el Imperio Británico preparaba una nueva misión, la del Beagle. Su fin era cartografiar la zona más meridional de América del Sur, pero no partían de cero. Contaban con los mapas que había elaborado uno de los cartógrafos más prestigiosos: el mallorquín Felip Bauzá.
Bauzá nació en Palma en 1764, unos veinte años antes que Darwin. Estudió Matemáticas en la Academia de Pilotos de Cartagena donde desarrolló una brillante carrera como marino y dibujante. Su prestigio le llevó a ser director del Servicio de Hidrografía de la Armada Española y diputado de las Cortes por Baleares. Su reconocimiento como ilustrador le llevó a embarcarse como Oficial de mapas en la expedición científica de Alejandro Malaspina. Durante cuatro años –de 1789 a 1794– cartografió prácticamente toda la costa del Pacífico: desde Alaska hasta el Cabo de Hornos en el sur de Chile.
Aquella cartografía levantada por Bauzá fue de las más importantes de la época. Pionera en analizar algunos territorios chilenos –como el paso de Valparaíso a Buenos Aires– y única en utilizar la iluminación para crear los relieves y dar sensación de tridimensionalidad, como afirma el doctor en Geografía de la Universidad Católica de Chile, José Ignacio González Leiva en su estudio Primeros levantamientos cartográficos generales de Chile con base científica. Sin embargo, la política echó a perder toda aquella documentación.
Un enfrentamiento entre Malaspina y el ministro Godoy hizo que "toda la información quedara estancada y se dispersara", explica Picornell. Felip Bauzà comenzó a desarrollar de nuevo su cartografía, pero la restauración del absolutismo hizo que él, liberal, tuviera que refugiarse en Gibraltar. Condenado a muerte en ausencia, finalmente se exilió a Londres. "Era como si se marchara un sabio", afirma Picornell. Bauzá huyó del país deprisa y corriendo con seis cajas repletas de documentos. Una parte fue comprada por el British Museum –que creó la Bauzá Collection– mientras que otra regresó a España.
En Londres entró en contacto con los círculos científicos y militares. El almirantazgo no dudó en requerir su ayuda para la expedición que el Beagle emprendería entre 1831 y 1836. Bauzá contestó su petición con el envío de unos informes detallados sobre las zonas de Sudamérica que necesitaban más análisis –Tierra de Fuego, las Islas Malvinas o Falkland– y cuatro mapas. "Sería exagerado pensar que la cartografía de Bauzá fue indispensable para aquella misión», asegura Picornell. Sin embargo, aunque el mallorquín falleció durante el periodo de la expedición, las referencias a su persona son frecuentes en el diario de a bordo del capitán Fitz Roy. Sobre todo «en sus momentos de desesperación dada la dificultad de la empresa con un único barco», reconoce el geógrafo.
Aquella expedición fue fundamental para Darwin. "Al viaje del Beagle le debo la primera educación de mi carácter", escribiría en sus últimos días de vida. "Cuando hacía de naturalista a bordo del Beagle...", comienza también El origen de las especies. Una travesía clave para que su pensamiento pasara del creacionismo –en el que daba por sentada la existencia de un Dios creador– al evolucionismo. «Si no hubiera sido por la participación de Darwin y por prestigio que él alcanzó, la del Beagle habría sido sólo una expedición más», sentencia Picornell.
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