martes, 17 de marzo de 2009

El fraile que halló la perfección en una margarita

Laura Jurado lunes 02/03/2009

Bonafé
El padre Bonafé y dos alumnos en una excursión en 1960. | Imagen cedida por Joan Frontera

Fue un día, ya cumplidos los cincuenta años, cuando al agacharse Francesc Bonafé descubrió la Bellis sylvestris (margarita silvestre), mágica por florecer en invierno y carecer de hojas en el tallo. En aquel instante, en apenas un segundo, vio en esa flor el reflejo "de la perfección de Dios", el resumen de la maravilla de la naturaleza.

Bonafé no era botánico, sino fraile. Durante casi treinta años vivió en el convento de Sóller donde, además de confesar y dar la comunión, era profesor de Lengua y Literatura. Hombre austero, poeta místico y devoto de Ramon Llull. Josep Lluís Gradaille, director del Jardín Botánico de Sóller, explica que su interés por las plantas surgió "de manera accidental, como nos ocurre a todos los botánicos". Cuando hacía sol, Bonafé trasladaba sus clases al campo. "Su acercamiento a la naturaleza surgió como imitación de Ramon Llull y ese contacto le llevó a la afición por las plantas", afirma Gradaille.

Después de aquella primera margarita silvestre comenzó a elaborar un pequeño herbario en el que recogía todas las plantas que iba encontrando. "Las secaba entre libros porque aún no había prensas y aprovechaba las horas de la comida en el colegio para pegar los pliegos con nuestra ayuda", explica Gradaille que fue alumno de Bonafé. Junto a Jeroni Orell y Llorenç García creó un pequeño círculo botánico que debatía e intercambiaba especies.

A medida que aquella afición crecía, sintió la necesidad de clasificar las plantas que desconocía. "No tenía formación así que utilizó obras de Knoche, Mayre y Combis. Pero pronto se dio cuenta de que la última obra que podía utilizar databa de 1879 y que existía un enorme vacío bibliográfico". Fue entonces cuando se planteó redactar un nuevo inventario a partir de su herbario. "Bonafé recurrió a aquellos contactos que tenía, pero para todos era un trabajo tan duro como difícil. No querían correr con la responsabilidad de ser coautores, pero sí le ayudaron".

El editor Francesc de Borja Moll fue el principal apoyo de Bonafé. Aunque más que ánimos le infundió presión. Del proyecto de inventario surgió Flora de Mallorca con más de 1.500 especies clasificadas e identificadas. "Su herbario constituyó el fondo documental imprescindible", explica Gradaille. A él añadió sus conocimientos como folclorista –gloses y dichos populares– y las aplicaciones de las plantas medicinales.

"Su Flora no puede llamarse científica sino de divulgación. El aspecto más importante era su corología: los datos sobre el lugar y día en el que fue encontrada cada planta", afirma Gradaille. En un primer momento fue publicada por facsímiles junto a la revista Lluc. En 1970 la concesión del Premio Ciutat de Palma de Investigación en Ciencias cambió su rumbo por el reconocimiento que le supuso. No por el dinero, porque su dotación económica era tan pequeña que Bonafé repetía en entrevistas y artículos que apenas le había llegado para comprarse un par de zapatos.

"El Premio le convenció de la importancia de poner en marcha su proyecto". Fue el paso definitivo para que aquellos facísimiles se convirtieran en cuatro volúmenes editados por Borja Moll. Hubo pocas modificaciones con respecto a la versión original, apenas la incorporación de las fotografías que había realizado con una cámara comprada por la comunidad de frailes.

"Cuando acabó la obra, metió el herbario en un cajón y se olvidó. Tenía en mente un diccionario etimológico sobre instrumentos de payesía", explica Josep Lluís Gradaille, aunque nunca lo llegó a publicar. Flora de Mallorca había conseguido –además de ampliar el inventario de especies– democratizar la botánica. La Flora de Baleares de Knoche –cara y en francés– apenas había llegado a los expertos. El mallorquín consiguió acercar los conocimientos al pueblo. "Con el tiempo se han publicado obras más específicas y sobre todo más científicas, pero la de Bonafé sigue siendo sin duda la más consultada". Bonafé consiguió "inocular el virus de la afición por las plantas" en muchos de sus alumnos, como confiesa Gradaille. Un germen del que brotó el Jardín Botánico de Sóller que nunca llegó a ver pero al que había legado ya su herbario. En sus cajones siguen secándose los pétalos de aquella primera Bellis sylvestris.

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