jueves, 5 de febrero de 2009

A la sombra del ficus

Jueves 05 de febrero de 2009

Ficus de la Misericordia
CARLOS GARRIDO En una ciudad que mutila por sistema a sus grandes árboles, el ficus de la Misericòrdia nos ofrece una imagen reconfortante. Ese árbol monumental, plantado en 1830 y procedente de Australia, parece un gran "animalot". Su tronco tiene la misma calidad que la piel de un elefante, con sus raíces como patas, y esa copa enorme cubriendo una gran extensión a su alrededor.
Muchas veces, cuando subo por la cuesta que lleva a la Sang, hago una paradita delante del ficus. Es como encontrarte delante de uno de esos dioses perdidos de la prehistoria. Miras hacia arriba, te quedas silencioso a su lado. Esperando quizás que el arbolazo termine por hablar. Que mueva sus hojas o sus ramas, testigos impertérritos de la historia contemporánea de nuestra ciudad.
Tras la última limpieza, en la que le fueron arrancadas las yedras que lo cubrían en parte, el ficus parece un Júpiter desnudo. Sin la hoja de parra decorativa de las enredaderas. Y es más gigantesco, más impresionante que nunca.
Ese árbol ha visto funcionar el asilo de la Misericòrdia, vivió la desamortización, contempló a generaciones enteras de "ciutadans" llevando "un ciri a la Sang". Fue testigo de las revueltas contra Isabel II, de los fastos del derribo de las murallas, de la guerra civil...
En las culturas tradicionales los grandes árboles son sanadores y oraculares. Quizás porque comunican las energías telúricas con las celestes. Operan el milagro de transformar lo más oculto en aire y cielo. Por eso siempre se les consideró mediadores entre el hombre y los dioses. Acogedores y protectores.
No hay nada más bello y más vivo que un árbol extendiendo sus ramas. Deberíamos acudir a menudo a su amparo, ahora que el jardín ha quedado abierto y es posible. Para dejarnos llevar por esa sensación tan antigua de admirar a los árboles. ¿No dicen acaso los antropólogos que los primeros homínidos vivían en los árboles? Es muy posible que nos quede un secreto rastro de esa ancestralidad vegetal y por eso nos inspiren esa confianza y ese cariño.
El ficus de la Misericòrdia no tiene el papel social que merece. Quizás por poco conocido. Pero junto a otros congéneres de la Plaça de la Reina y el cementerio, ocupa un lugar muy singular en el corazón de la ciudad.

Fuente

Ver: Agafats pels ficus (06/02/2009)