"Dibújame un cordero", le pedía incansablemente el Principito al Aviador. "Dibújame un retrato", debió de rogar también Bartolomé Sureda a Francisco de Goya. Sin caja, ni hierba, ni agujeros para respirar. Pero sí como a un hombre juvenil e inteligente. Era la culminación de una relación en la que habían intercambiado los papeles de aprendiz y maestro. Sureda había enseñado a Goya la técnica clave de sus grabados: el aguatinta.
Después de Leonardo Da Vinci, pocos personajes han sabido encarnar la mentalidad de su época. Entre ellos –aunque quizá a menor escala– cabe recordar al mallorquín Bartolomé Sureda. «Personalizaba la modernidad y la aplicación práctica de las artes como correspondía a la mentalidad ilustrada», asegura la profesora de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y directora de la Fundación Lázaro Galdiano, Jesusa Vega.
Nació en Palma en una familia de carpinteros y estudió Dibujo y Grabado ya desde muy joven en la Escuela de las Nobles Artes creada por la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País. Su talento y su actitud llamaron rápidamente la atención de dos personajes que serían fundamentales en su trayectoria: Tomás de Verí –corresponsal de los Amigos del País en Madrid– y el ingeniero canario Agustín de Betancourt. «Verí le facilitó formación y Betancourt lo eligió como ayudante porque su objetivo principal era conocer los avances técnicos y científicos de Inglaterra y Francia y traerlos a España. Necesitaba un buen técnico que dibujara los modelos de las máquinas y que aprendiera sus procedimientos», explica Vega. Desde la dirección de la Real Fábrica de Cristales de La Granja introdujo una máquina de pulir lunas para espejos; en la de porcelana del Buen Retiro consiguió convertir la vieja fábrica en una empresa rentable.
Sus estancias en Inglaterra eran frecuentes, pero una de ellas –en los últimos años del siglo XVIII– tuvo una mayor trascendencia. La historia del grabado vivía una revolución en el país: los británicos convertían la estampa en adorno, en un elemento fundamental dentro del mobiliario doméstico. Un aumento en su demanda que promovió la renovación. Paul Sandby comenzaba a grabar al aguatinta. «Ofrecía una calidad plástica muy parecida a la de la acuarela pero con menos dificultades».
Mientras, en España Goya preparaba una nueva serie, Sueños: una colección de 72 estampas en la que usaría principalmente el aguafuerte. Pero entonces Sureda se cruzó en su camino. Ambos estudiaban en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y frecuentaban los mismos círculos, «aunque no sabemos a ciencia cierta cómo se conocieron», afirma la profesora. Un documento conservado con el testimonio del hijo de Bartolomé, Alejandro Sureda, afirma que fue el mallorquín quien enseñó a Goya el aguatinta.
Más que el introductor de la nueva técnica en España, Sureda –que seguramente la aprendió del editor Ackerman– fue el instructor de su procedimiento. Entre sus alumnos estuvo el pintor aragonés. «Existe el testimonio pero cuando se estudian las obras y la evolución de ambos es fácil darle credibilidad», asegura Vega. Su papel fue más allá de la simple influencia para poder considerarse una auténtica enseñanza y la serie de Sueños se transformó finalmente en Los Caprichos.
«Cuando uno ve Los Caprichos puede comprobar cómo la combinación del aguafuerte y el aguatinta los dota de una riqueza tonal tal que casi podemos hablar de valores cromáticos pese a que no exista el color», describe Vega.
Por si los testimonios fueran pocos, el arte aporta uno nuevo: los retratos de Sureda y su esposa realizados por el aragonés, no se sabe si en agradecimiento a las enseñanzas o solicitados por el mallorquín. «Su arte hubiera sido diferente sin Sureda. Goya es el mejor grabador de la historia en la combinación del aguafuerte y el aguatinta. Y en ese magisterio necesariamente tenemos que reservar un lugar para el mallorquín».
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