La fotografía, tomada el 16 de febrero de 1958, muestra una estampa a punto de desaparecer.
En 1959 desaparecieron los tranvías de nuestro paisaje urbano. La medida se aplaudió y nadie podía imaginar entonces que, 50 años después, el Ayuntamiento apostaría de nuevo por este medio de transporte
CARLOS GARRIDO Hoy, una de las polémicas ciudadanas es la del tranvía. Si es un medio con futuro. Si su trazado resulta compatible con el tráfico rodado. Si cambiará el flujo comercial de algunas zonas. El tranvía, que vivía en un limbo fantasmagórico desde 1959, vuelve a ser actualidad.
Si alguien quiere contemplar algún resto del antiguo tranvía, ya no tiene ni siquiera los fragmentos de vías que sobresalían a veces del asfalto como huellas de dinosaurios. Las últimas reformas acabaron con ellas. Sólo nos queda la "roseta" o pieza de anclaje situada en la misma esquina del bar Bosch. Sujetaba el tendido que alimentaba a esos vehículos y hoy aparece solitaria y descontextualizada.
La historia del tranvía en Palma es muy interesante. Y tiene bastante bibliografía. Los lectores de DIARIO de MALLORCA que coleccionaron la Memoria gráfica de Mallorca de Andreu Muntaner encontrarán numerosas fotografías. Libros clásicos sobre la ciudad como los de Russiñol o Mario Verdaguer hablan de los viejos y entrañables tranvías. Y sobre todo, una obra imprescindible es el libro Palma, història del tramvia elèctric de Jordi Bibiloni Rotger.
Las comunicaciones entre el centro de Palma y las barriadas estuvieron durante mucho tiempo cubiertas sólo por "carrils". Eran una especie de galeras con tracción de sangre que salían hacia la periferia.
Como explicaba Ferran Pujalte en su libro sobre transporte y comunicación en las Balears, "barriadas alejadas del centro con un cierto carácter industrial o residencial o de ocio como la Vileta, Son Serra, Establiments, Son Sardina, el Molinar de Llevant, el Terreno, Génova o Portopí eran las rutas habituales para estos carruajes". No era un transporte regular, sino que se alquilaban como taxis y cabían hasta cinco personas.
En 1890, cuando toda Europa se dejaba llevar por la locomotora de la industrialización, se fundó en Palma el primer servicio regular de viajeros, a cargo de la Compañía Mallorquina de Omnibus. Por más que suene muy pretencioso el nombre, no dejaban de ser una especie de "jardineres", arrastradas por dos mulas, con capacidad para diez plazas. Eran los llamados "rippers", que aparecen en las fotos rodeados de señores con bastoncillo y bombín. Entonces, Palma estaba recorrida por las vías del tren que iba desde la estación al puerto, pasando por la Porta de Jesús y la Rambla.
En 1891 se funda la Sociedad Mallorquina de Tranvías, que tenía la concesión de la línea de Cort a Portopí. Fue el primer transporte público regular que funcionó, aunque tirado por mulas. Curiosamente, los usuarios del tranvía era gente de cierto nivel económico, que pasaban mirando con aire de suficiencia a los que iban a pie, en bici o en carro.
La aparición del tranvía tal como lo entendemos tardó todavía, ya que no se produjo hasta 1916. Los periódicos de la época como La Almudaina lo celebraban con grandes titulares: "Los tranvías eléctricos. Fiestas en Palma". Valencia y Barcelona tenían estos transportes desde comienzos de siglo, y era lo último en tecnología. La inauguración de la línea fue sonada, con una bendición de tranvías oficiada por Mossèn Antoni Maria Alcover. Al día siguiente se realizaba el primer vuelo Barcelona-Palma a cargo del aviador Hedilla. ¡El futuro había llegado!
Tranvía de pruebas en el paseo Sagrera, pasando ante la Llonja.
Los tranvías eléctricos se convirtieron en parte del paisaje urbano. Pero éste era un medio bastante catastrófico y propenso a los accidentes. El mismo día de la inauguración un coche perdió el control a la altura del Círculo Mallorquín, cayendo hasta la Plaça de la Reina, donde volcó y produjo la muerte de un muchacho. Eso de "alerta amb so tramvia" o "me tiraré al tranvía" estaba justificado. La dificultad de frenado (debían tirar arena antes a la vía), el peso y lo rudimentario de los sistemas de control causaron muchos accidentes.
Los tranviarios, con sus gorros y sus trajes de pana (hacía un frío infernal adentro) se convirtieron en personajes populares. El tranvía contribuyó en cierta manera al diseño de la Palma de la primera mitad del siglo XX. Sobre todo por su trazado radial: las líneas salían del centro hacia el extrarradio. De manera que las barriadas quedaron incomunicadas entre ellas.
Las primeras líneas iban: del Born a la Plaça Mercadal, en lo que se llamaba "circunvalación", a Portopí, Pont d'Inca, S'Arenal, Son Roca, Gènova, la Soledat, Establiments, la Plaça de Toros...
Muy populares fueron los tranvías estrechos y coquetos, denominados por ello "marilín". Tenían el mismo aspecto que un tranvía de juguete. Los otros eran estrechos y con el morro semihexagonal.
En la postguerra, los viejos tranvías habían quedado obsoletos. La infraestructura estaba vieja y por todos lados se apostaba por el autobús. De manera que a partir de 1941 se fueron suprimiendo líneas. En 1959, los últimos tranvías hicieron sus viaje a cocheras, desfilando uno detrás de otro por el Born. La mayoría de las cartas al director y artículos aplaudían el hecho. Sólo algunos sentimentales como Joan Bonet pedían que se conservasen en algún "barrio remoto y tranquilo".
Pero no se salvó ni un coche. Se desmontaron y se vendieron como chatarra. Las vías se desmontaron en gran parte. "Bravo y mil veces bravo, ayer ya se podía transitar por la calzada de la Rambla sin los carriles de los tranvías" escribía un articulista.
Nadie en su sano juicio hubiese pensado en aquella época, cuando todos se imaginaban que en el año 2000 la gente viajaría a bordo de cohetes, que un ayuntamiento volviese a planear el retorno del tranvía.
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El tranvía y la mula
En esta imagen, tomada en 1916, las mulas dan paso al tranvía eléctrico .
Era una imagen que llamó la atención de varios escritores. Una mula filosófica, bajando con parsimonia la cuesta de Conquistador. Cuando llegaba a la Plaça de la Reina, esperaba la llegada del siguiente tranvía. Y es que los coches pesaban demasiado para subir la pendiente por sus propios medios. Recurrían entonces al "suplemento" de la mula, que les acompañaba hasta el final de la cuesta. Una vez allí, a la altura de la Diputación, era desenganchada. Y mientras el tranvía seguía su ruta, la mula bajaba de nuevo para esperar al tranvía siguiente. Lo cuentan Russiñol en La isla de la calma y Mario Verdaguer en La ciudad desvanecida.
Rusiñol escribió páginas inmortales sobre la cachaza del tranvía del Terreno. "Un tranvía de estos no es para tener prisas. Quien las tenga, que vaya a pie, que llegará antes. Más que una herramienta para recorrer distancias, viene a ser una especie de casino o de reunión familiar donde mantener buenas conversaciones".
Era tal el grado de familiaridad que a veces el tranvía se detenía para esperar a alguno de sus usuarios que todavía no había llegado. Esas cosas, como la imagen bucólica de un tranvía pasando entre almendros floridos hacia Establiments, ya no volverán a recuperarse
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