Fragatas
MAR FERRAGUT. PALMA. Cálculos interminables utilizando la sofisticada tecnología de los satélites. Enrevesados logaritmos. Decenas de horas invertidas mirando secuencias de imágenes y estableciendo hipótesis. Y todo partiendo de la ya de por sí compleja Teoría del caos. Ése es el ‘calvario’ que realizan los investigadores del Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos de la Universitat para averiguar dónde se formará un remolino en el mar.
Y mientras los físicos se devanan los sesos calculando, allá en el cielo las aves se deben estar muriendo de la risa de tanto esfuerzo: a ellas les basta con olfatear para saber dónde las aguas comenzarán a agitarse, para saber dónde estarán las presas. Y es que el instinto de supervivencia todo lo puede, hasta el punto que los pájaros localizan con la nariz las autopistas oceánicas que les llevan directamente a la comida. Unas rutas que los humanos sólo pueden detectar armados de paciencia, satélites y calculadora.
Ése es el descubrimiento que han hecho los investigadores de la UIB en colaboración con oceanógrafos y biólogos franceses, estudiando el comportamiento de un grupo de aves fragatas (llamadas también tijeretas) y siguiendo sus movimientos mediante radiotransmisores. Desde la Universitat, Emilio Hernández-García, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), explica que para llegar a este punto se compararon las trayectorias seguidas con los pájaros con las que ellos lograron mediante sus cálculos sobre la superficie del océano Índico. La conclusión es cuanto menos sorprendente: "Las aves siguen las mismas líneas hacia las aguas más truculentas, es como si las calcularan mecánicamente".
¿Qué hay en esas agitadas aguas que permite que las fragatas las detecten olfateando a más de 200 metros de altura? ¿Y qué hay allí para que las aves se lancen a volar durante días y noches sin interrupción para alcanzarlas? Respuesta: un festival de vida y de comida. En los bordes de los remolinos, chorros, frentes y en las formaciones alargadas con forma de filamentos, los animales se agitan de un lado a otro, provocando un festín para los sentidos de otras especies.
Ésa es la hipótesis que baraja este grupo de científicos. Como explica Hernández-García, las velocidades verticales provocan que nutrientes como el placton lleguen a la superficie, atrayendo a peces de pequeño tamaño. Éstos, a su vez, atraen a los grandes predadores como atunes, tortugas o delfines. Desde el aire, las fragatas huelen la fiesta y consiguen llegar siguiendo el aroma de esos nutrientes en movimiento y, como tienen un tipo de plumaje que no se puede mojar, se aprovechan del revuelo que causan los predadores para meter el pico rápidamente y capturar peces voladores, calamares... Tras el largo camino hecho, estas espabiladas aves que anidan en la isla de Europa (en el canal de Mozambique, entre Madagascar y la costa africana) aprovechan el jaleo para ponerse las botas.
Este descubrimiento no ha pasado desapercibido y el artículo realizado por este equipo multidisciplinar e internacional ha sido publicado en la prestigiosa revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences of the USA (PNAS). Y es que el hallazgo puede ser de gran utilidad para conocer el comportamiento de las aves y también para localizar y gestionar mejor las pesquerías marinas. Ahora, el trabajo fundamental es identificar exactamente los mecanismos por los que las zonas de más movimiento pueden transportar olores u organismos.
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