Antes de que entraran en juego los derechos de autor y los libros perdieran su condición de tesoro, la literatura era cosa de copistas. Monjes y frailes dedicados exclusivamente al rezo y a la copia de ejemplares por encargo del clero, de reyes o nobles. Su trabajo podía durar diez años. Gutenberg lanzó una apuesta a ese mundo editorial: su máquina podía hacer decenas de copias de una biblia en menos tiempo del que un amanuense acababa una. En Mallorca sus homólogos fueron Bartomeu Caldentey y Nicolás Calafat.
Cuando Johannes Gutenberg habló de la imprenta en Alemania hacia 1450, el invento ya existía en China desde hacía años. No era el creador, pero sus aportaciones fueron fundamentales ya que sustituyó las tablillas de madera por caracteres de hierro, los primeros tipos móviles. En España la imprenta llegó primero a Segovia de la mano de Juan Párix y a Mallorca, de la de Bartomeu Caldentey hacia 1485. «Su característica fundamental es que había sido construida en la Isla y no se había importado de Alemania como ocurrió en otras ciudades españolas», explica el magíster de la Maioricensis Schola Lulística, José María Sevilla.
Caldentey nació en Felanitx en una familia humilde por lo que sus padres decidieron que, como era costumbre, recibiera la tonsura para iniciarse en la carrera eclesiástica y así costearse sus estudios. Cursó Humanidades en Nápoles y luego en la Sorbona, donde se doctoró en Teología. Con 30 años, preparado para el ministerio sacerdotal y la docencia teológica, recibió el presbiterio de la Seu. «Fernando el Católico le había concedido el predio de Miramar y allí, junto a Francesc Prats, planearon crear una escuela lulista como la que existía en Randa», afirma Sevilla. Con el apoyo del monarca el colegio se creó en 1485.
Poco después se unía a los sacerdotes un nuevo personaje: Nicolás Calafat. «Era un fundidor de melates valldemossí. Caldentey le contrató para construir una imprenta». Años atrás ambos habían viajado a otras ciudades españolas con la intención de que Calafat aprendiera tanto la construcción de la máquina como el arte de la impresión. «Era un mero artesano. La idea, el capital y la propiedad eran de Caldentey», añade el magíster. El sacerdote encargó una prensa a un carpintero y él mismo preparó los abecedarios de letras góticas.
No se sabe si la imprenta se fundó primero en Palma, pero fue en el colegio de Miramar donde encontró su apogeo. Tractatus de regulis moralibus atribuido a Joan Charlier de Gersón fue el primer libro impreso en Mallorca. A él siguieron Rudimenta grammaticae del mallorquín Joan de Pastrana en 1487 y un año después el Breviari mallorquí. Cuántas copias se imprimieron y cuántas llegaron a venderse es algo que no se sabe con certeza. Los ejemplares conservados están hoy divididos entre París, California y Madrid.
«La alta posición eclesiástica de Caldentey le aseguraba beneficios económicos y por ello pudo invertir en el proyecto de la imprenta. Sin embargo Calafat tenía muchos hijos y los ingresos por su labor de impresor no le alcanzaban, por lo que pidió ser trasladado a Palma para convertirse en relojero», explica el magíster. La imprenta no resultaba tan rentable como Caldentey había pensado. Su idea era compensar las pérdidas con las ventas del Breviari mallorquí pero la importación a Mallorca de ejemplares a mejor precio le arruinó.
A la crisis económica se sumó la educativa. La concesión que el rey había hecho en 1483 para la creación del Estudio General Luliano en Palma hizo que muchos alumnos de Miramar fueran trasladándose a Ciutat. Y allí llevó Caldentey su imprenta en un último intento por salvarla. «Cuando Calafat abandonó el proyecto no había nadie que pudiera sucederle y los alumnos que ayudaban también fueron desapareciendo».
Los últimos años de la imprenta se pierden en la nebulosa. Sus dos precursores –y Francesc Prats– morían hacia el final de siglo lo cual precipitó la desaparición del proyecto. «En Mallorca no tuvo la importancia que merecía porque no dio lugar a una explosión de imprentas. Después, para la gente fue más fácil importarlas que construirlas», asegura Sevilla. Hasta un siglo después no volvería a haber impresores en la Isla. A muchos los nombres de Caldentey y Calafat les sonaban tan ajenos como la Maguncia de Gutenberg.
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