martes, 29 de septiembre de 2009

La sala de los locos

Laura Jurado | Palma martes 29/09/2009

psquiátrico
Entre los festejos celebrados por su boda, el rey Alfonso XIII colocó la primera piedra del Manicomio Provincial. Para algunos, fue el fin definitivo del Camino de Jesús como el punto de reunión de la sociedad palmesana tras la construcción del cementerio. Para la ciencia, fue el punto final a las Salas de Locos y el inicio de la psiquiatría aplicada en Mallorca.

En 1408 la sociedad de los Inocentes fundaba el primer hospital para locos en nuestro país. España lideraba por entonces la asistencia psiquiátrica: mientras en otras naciones eran perseguidos aquí se sucedían los centros para su internamiento. «Este avance se explica porque los árabes ya tenían un cuidado especial por estos enfermos y España fue el último país europeo en contacto con su cultura», explica el actual director del Hospital Psiquiátrico de Baleares, César Azpeleta.

Mallorca tardó algo más en iniciar la asistencia psiquiátrica. El Hospital General inauguraba en 1456 una Sala de Locos que, como recuerda Azpeleta, servía para la «reclusión donde aún se utilizaban las cadenas». Más tarde se crearon espacios separados para hombres y mujeres pero las instalaciones, sin apenas mejoras, seguían siendo bochornosas. Esta situación y el continuo aumento del número de enfermos, despertaron la necesidad de la construcción de un manicomio.

En los cuatro siglos que tardó en darse respuesta al problema, las mejoras –como la abolición del castigo físico en 1871– crecieron mucho más despacio que las penurias. En 1879 se acordaba la construcción del manicomio. El centro se ubicaría en los terrenos del antiguo convento de Jesús cerrado casi medio siglo antes.

Como un acto más en los festejos por su matrimonio, Alfonso XIII colocaba en 1906 la primera piedra del edificio. Las dificultades económicas obligaron a retrasar las obras y en 1911 comenzó el traslado de los primeros pacientes hasta completarlo nueve años después.

El nuevo manicomio –nombre con el que fue conocido hasta 1937– mejoraba y ampliaba las instalaciones pero el centro tardó aún muchos años en salir del lado oscuro de la psiquiatría: los enfermos más peligrosos fueron recluidos en jaulas en las que se les cambiaba la paja cada día y proliferaban prácticas como la lobotomía o el electroshock. «Son técnicas que aún se mantienen pero la lobotomía pasó de realizarse con martillo y bisturí al láser. El electroshock ahora se aplica con anestesia. Fueron la única forma de tratamiento hasta la aparición de los primeros medicamentos en los años 50, pero podían provocar muchas más lesiones», detalla Azpeleta.

Jaume Escalas, primer director del manicomio, fue también el padre español de la laborterapia. La base científica habla del aprovechamiento de las energías útiles de los enfermos en una colonia agrícola que evitaba que estuvieran ociosos y frenaba las tendencias patológicas. La importancia que daba al rendimiento económico hizo que los médicos más jóvenes la conocieran como «explototerapia».

«Hasta 1931 cualquier autoridad podía ordenar un ingreso. Después, Escalas promovió la instauración de una inspección cada seis meses que realmente nunca se llevó a la práctica», asegura su sucesor. Al manicomio llegaban quienes habían intentado suicidarse, alcohólicos y niños y ancianos con el mínimo indicio de demencia ante la falta de hogares para la infancia y la tercera edad. El número de enfermos llegó a alcanzar los 900.

La atención psiquiátrica no se consideraba un derecho y hasta 1992 no se incorporó al régimen de la Seguridad Social. El pago por la estancia era obligatorio salvo para los casos de pobreza que se acogieran a la beneficencia. Quienes pagaban formaban el régimen de los «distinguidos» con una mejor alimentación.

España perdió con la dictadura franquista su avanzada posición. «Las dos guerras mundiales dejaron muchos manicomios abandonados. Los enfermos se escaparon insertándose en la sociedad que vio cómo no eran tan peligrosos», asegura Azpeleta. Por contra, en nuestro país la Ley de Vagos y Maleantes convertía los psiquiátricos en un coladero. «Estar encerrado en un pabellón sin necesitarlo supone un gran deterioro porque se pierden habilidades».

El movimiento antipsiquiátrico ayudó al avance en la legislación. El ingreso podía ser voluntario o por orden judicial con el asesoramiento de un médico y un fiscal. La aparición de los tratamientos somáticos y de las primeras unidades de psiquiatría en ambulatorios y hospitales ha hecho que el actual número de pacientes ronde el centenar. La ciencia se encuentra ya en pleno siglo XXI mientras que la tolerancia parece aún estancada en la Sala de los Locos.

Fuente

Elena Soto: Dieta mediterránea, del laboratorio al fogón