Alcanzar puertos baleares antes del siglo XIX era casi cuestión de puntería. Sin faros ni balizas, las casas eran la única guía hasta tierra. Se decía, incluso, que existían unos naufragadores que movían luces para confundir a los barcos, hacerlos zozobrar y robar su botín. En Europa hacía tiempo que se había implantado la iluminación en las costas, pero España estaba, nunca mejor dicho, a años luz.
El paso de las atalayas y las hogueras en las costas a los faros fue largo y tedioso en nuestro país. Hasta el siglo XIX, 23 de ellos vigilaban el mar y sólo un puñado –como el de Porto Pi– lo hacía en las Islas. El auge del comercio marítimo y las continuas presiones de Francia e Inglaterra –que bordeaban España en el camino a sus colonias– movieron a la aprobación del Plan General de Alumbrado Marítimo de 1847. «Fue algo revolucionario. Planteaba la construcción de 120 nuevos faros pero, pese a que el plazo inicial era de cuatro años, las obras se alargaron hasta 1870», explica el ex director de la Autoridad Portuaria de Baleares, Rafael Soler Gayà.
El Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, Emilio Pou, fue el responsable de desarrollar el plan en Baleares. De sus planos salieron una veintena de faros como los de Cap Blanc y Cala Figuera en Mallorca, los de Punta Grossa y Botafoc en Ibiza o el de La Mola en Formentera. «Sus proyectos se conservan en el archivo de la Autoridad Portuaria y en ellos se observa que había algunos modelos fijos, por ejemplo el faro de La Mola es prácticamente igual que el de Formentor», detalla Soler Gayà.
Esta primera generación de faros se levantó en pasos estratégicos. Generalmente lugares alejados y de difícil acceso como el caso de Formentor que requirió la creación de un sendero en los acantilados para desembarcar los materiales. Una situación que hizo que esos primeros faros se dotaran también de viviendas para sus fareros. «En la Edad Media se encendían sólo en invierno, de San Miguel a Pascua, pero en el siglo XIX ya se iluminaban todo el año», añade el ex director.
La apertura del comercio con América –antes restringido a la Corona de Castilla– supuso también una renovación en los puertos baleares. En 1868 Emilio Pou era nombrado Ingeniero Jefe de Obras Públicas de las Islas y se encargaba de la ampliación del puerto de Palma –«que tenía el mismo muelle prácticamente desde 1370»– y de la reforma del de Ibiza.
En 1902 un segundo plan nacional de alumbrado marítimo reformaba algunos faros de las Islas y corregía sus errores: «Se cambió, por ejemplo, el sistema de luces fijas porque se confundían con casas e incluso con estrellas. También otros sistemas como el de largos destellos que duraban casi veinte minutos pero a los que seguía una oscuridad de varios minutos. En la actualidad, los destellos se producen cada quince segundos», explica. En su evolución variaba también la fuente para producir la luz: desde el aceite de oliva hasta las bombillas eléctricas ya en el siglo XX pasando por el acetileno, la parafina y el petróleo a presión.
Emilio Pou obtuvo sucesivos ascensos y reconocimientos por su labor. El Gobierno le concedió los honores de Jefe Superior de Administración, la encomienda de Carlos III y la Gran Cruz de Isabel La Católica y su nombre designa, incluso, uno de los islotes de Es Freus entre Ibiza y Formentera. La muerte le sorprendió en 1888 después de una larga enfermedad y a punto de convertirse en inspector.
Casi un siglo después llegaba la tercera generación de faros entre cuyos responsables estaba el propio Rafael Soler Gayà. Torres sin vivienda anexa ni arquitectura ornamental. Surge entonces el mágico faro de Barbaria de Formentera. Trescientos puntos de luz indican hoy las costas baleares entre faros y balizas. «Los sistemas de navegación por satélite han planteado su posible desaparición pero su mantenimiento es poco costoso y son una redundancia que da más seguridad. Además las embarcaciones de ocio y la pesca de bajura los siguen utilizando». Su figura se ha convertido en un símbolo del paisaje balear.
Emilio Pou obtuvo sucesivos ascensos y reconocimientos por su labor. El Gobierno le concedió los honores de Jefe Superior de Administración, la encomienda de Carlos III y la Gran Cruz de Isabel La Católica y su nombre designa, incluso, uno de los islotes de Es Freus entre Ibiza y Formentera. La muerte le sorprendió en 1888 después de una larga enfermedad y a punto de convertirse en inspector. La Revista de Obras Públicas le homenajeaba con su obituario: «En el porvenir, cuando el navegante se acerque en noche tormentosa a las costas del archipiélago balear [...] no podrá dejar de invocar y recordar con agradecimiento el nombre del que ha contribuido más que otro alguno, el nombre del Ingeniero Pou».
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