martes, 21 de julio de 2009

El químico del queso y el mar

Laura Jurado | martes 21/07/2009

Ferrer fue el primero en analizar químicamente el mar y el queso mahonés
El científico colaboró en la creación del 'agua normal'


Junto al color de los ojos y el carácter, Jaume Ferrer heredó de su padre un cromosoma más: el de la pasión por la ciencia. Una vocación que Ferrer Aledo orientó a la oceanografía mientras que su hijo, versionando a Calderón de la Barca, enarboló el lema de «que toda la vida es laboratorio». Su obsesión por la química le llevó desde las profundidades del Mediterráneo hasta el interior de un queso mahonés.

Matraces, microscopios y cuentagotas formaban el hábitat natural de Jaume Ferrer. Nacido en Mahón en 1883, su relevancia como investigador comenzó ya en la universidad de Barcelona donde Odón de Buen –pionero en la oceanografía española– era catedrático de Historia Natural. Aún como alumno, Ferrer fue nombrado jefe de prácticas de Mineralogía y Botánica. Su trayectoria universitaria sería una evolución constante: catedrático de Química Orgánica de la Universidad de Sevilla, doctor en Ciencias Fisicoquímicas y licenciado en Farmacia. En 1913, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, se formó en síntesis orgánica junto al profesor Sabatier.

En 1908 su trayectoria había vuelto a coincidir con la de Odón de Buen al convertirse en colaborador del laboratorio de Biología marina de Porto Pi que el zaragozano dirigía y había fundado aquel mismo año. Poco se sabe de sus primeras funciones, pero en 1919 pasó a ser jefe de la sección de Química del Instituto Español de Oceanografía. «Allí encontró una aplicación a su verdadera vocación. Fue uno de los pioneros en estudiar el mar desde su vertiente química. Analizaba, sobre todo, las condiciones de salinidad ya que la contaminación del agua no era aún algo preocupante», explica el historiador menorquín Josep Miquel Vidal.

Entre 1914 y 1918, Ferrer participó en las sucesivas campañas oceanográficas del Instituto por el Mediterráneo y el Cantábrico a bordo del Núñez de Balboa o el Hernán Cortés. Las muestras de agua recogidas eran después exhaustivamente estudiadas en los laboratorios de química donde se determinaba el grado de salinidad y se elaboraban análisis de productos animales.

Los trabajos del menorquín destacaban por su carácter analítico, tanto de las sales y el oxígeno disuelto en el mar como de la determinación de los patrones de agua de calidad. Instituciones internacionales encargaron a los científicos de Porto Pi que elaboraran la llamada agua normal para ser suministrada a todos los laboratorios mediterráneos. «Era un trabajo de gran responsabilidad. Se trataba de un líquido estándar que servía de patrón para analizar alteraciones o comparar niveles», afirma Vidal. Un marcador que utilizaba el método de cloruración y que se concretó con la publicación del estudio Preparación del agua normal.

En 1920, Ferrer recibía el título de Comendador ordinario de la Orden Civil de Alfonso XII como recompensa por sus trabajos en el Instituto oceanográfico. Casi en un rincón de la memoria quedaba su Análisis del queso de Mahón de 1906. «Pese a que era un producto emblemático, nadie había hecho un estudio sobre él y hasta 1992 no se volvió a analizar. Ferrer intentó determinar las características que lo diferenciaban de otros, pero en aquella época aún no se aprovechó como un recurso publicitario», asegura el historiador.

Dos años después, tras una década viviendo y trabajando en la ciudad, Ferrer fallecía en Sevilla con sólo 38 años. Su muerte se producía en el momento más álgido de su actividad profesional cuando el menorquín ya era reconocido como uno de los químicos más importantes del país. Sus investigaciones habían hecho avanzar enormemente el conocimiento científico de las aguas mediterráneas. «Hay en el volumen de agua de la superficie terrestre mucha más vida que en la parte de la tierra que emerge de las aguas», escribía L. Lafuente Vanrell tras su muerte. Nadie podía imaginar cómo se magnificaba ese otro mundo bajo el microscopio de Jaume Ferrer.

Fuente
La Mola: un laboratorio junto al mar