Cuando Hollywood llamó a Fructuós Gelabert él no dudó en rechazar la oferta. Le ataba a su Barcelona natal una doble responsabilidad: la de atender a su padre y a su hermana y la del desarrollo del cine en España. Nunca tuvo alfombras rojas ni Goyas honoríficos pero fue también el primer cineasta en Baleares.
Gelabert tenía sólo 22 años cuando –en 1896– llegaron a Barcelona las películas de los hermanos Lumière. Él –hijo de un carpintero mallorquín– quedó absolutamente fascinado con el nuevo invento. Sus conocimientos de mecánica y sus contactos con el cine le llevaron a construirse su propia cámara: un piñón, una excéntrica, un carro y una rueda dentada. El objetivo se lo prestó un familiar y la película la compró en Lyon. «Era una cámara copia de las de los Lumière, toda de madera y que, con sólo cambiar unas piezas, podía pasar de la filmación a la proyección», explica la licenciada en Historia del Arte y profesora asociada de la UIB, Catalina Aguiló.
En 1897 el catalán dirigía la primera película en España: Riña en un café, donde era también guionista y actor. Después llegaron las escenas costumbristas como Salida de los trabajadores de la España Industrial que hicieron que los primeros espectadores acudieran a las salas a verse a ellos mismos. En los seis días de proyecciones de las fiestas de Sants recaudó 1.500 pesetas. Un año más tarde llegaba a Mallorca para instalar un aparato de proyección por encargo de la casa Rossell. Una dinamo y un motor de gas hacían funcionar la máquina a falta de tendido eléctrico.
Era la segunda vez que un cinematógrafo llegaba a la Isla. En 1897 el Teatre Principal de Palma proyectaba las películas de los Lumière que ya habían llegado a otras ciudades españolas.Un año después, Gelabert sustituía a los franceses detrás de las cámaras y filmaba Llegada del vapor Bellver a Mallorca. «Fue la primera película rodada en Baleares. No está documentada aquí pero sí en Barcelona, por eso al principio se pensó que era la llegada del vapor desde Mallorca», afirma Aguiló. Diez años después volvería para filmar Mallorca, isla dorada. Un viaje vacacional en 1908 que se convirtió en el retrato de las costumbres y los paisajes de la Isla: la Cartuja de Valldemossa, el castillo de Bellver o las cuevas de Artà.
Su fama fue creciendo hasta que le ofrecieron trabajar en América y ser socio de un nuevo proyecto. Por aquel entonces, el cine americano estaba muy por detrás con producciones de corto metraje y Gelabert creía en la responsabilidad de desarrollar la industria cinematográfica en España. Un objetivo al que contribuyó con la creación de los primeros estudios, Boreal Films, en 1914. Sin embargo el estallido de la Primera Guerra Mundial truncó sus planes: se acabó la exportación de films a países beligerantes y la importación de película virgen lo cual llevó a la paralización del negocio.
El cine americano comenzó entonces a ganar terreno hasta encabezar el sector. «Representaba la visión comercial que Europa no tuvo. Aquí los pioneros del cine eran personajes románticos, visionarios, pero muy malos para el negocio», asegura Aguiló. Gelabert vendió sus estudios y quiso retomar su faceta de cineasta intentando recuperar un tren que le había adelantado hacía tiempo. En 1928 filmaba su última producción, El puntaire. Sus películas seguían siendo mudas –con actores escondidos que reproducían los diálogos– cuando hacía tiempo que el cine ya hablaba en Barcelona. «Creía que el cine tenía una expresividad suficiente con las imágenes. Muchos pensaron que el cine sonoro sería un fracaso», añade la profesora.
Cuando falleció, encerrado en su taller, Gelabert acumulaba un centenar de películas en su trayectoria. Nunca tuvo una estrella en el Paseo de la Fama y muchas de sus cintas ni siquiera han logrado conservarse, pero cada fotograma lleva impregnada una parte de su historia.
Fuente