Batten en su juventud | Alberto Vera
Durante años, Jean Batten fue una de las mujeres más conocidas en todo el mundo. Pasó media vida en los cielos entre proezas aéreas que acapararon portadas. Sin embargo su éxito volátil la desterró de la palestra para vivir en un ostracismo de anonimato en el que falleció en Palma.
Acaba el día de Todos los Santos y los cementerios amanecen repletos de flores. En el de Palma, una tumba sigue sin ser visitada. Una placa de metal con un rostro femenino con gorro de aviador –flanqueado por estrellas y aviones en formación– es el único recuerdo del paso de Jean Batten por Mallorca. Un pequeño homenaje restaurado en 2006 después de que la aviadora, en pleno anonimato, fuera enterrada en una fosa común.
Batten nació en Rotorua (Nueva Zelanda) en 1909. Antes incluso de su nacimiento, Jean parecía presdestinada a la aviación. Sobre su cuna su madre había colgado la noticia del primer piloto que había cruzado el Canal de la Mancha apenas unas semanas atrás: el francés Louis Bleriot. Ya de niña, Ellen –su madre y una feminista acérrima– le inculcó la idea de que para triunfar en el mundo debía competir con los hombres en actividades tradicionalmente masculinas. Y en aquel momento nada era tan desafiante como la aviación.
Jean estudió secretariado, ballet y música y soñaba con convertirse en concertista de piano. Sin embargo los éxitos de Charles Lindbergh y una visita a Australia del también aviador Kingsford-Smith –en la que la joven pudo dar una vuelta en su avión– bastaron para convencerla de que su futuro era convertirse en piloto. Pese a que su padre no lo aprobaba fue fácil convencer a su madre para trasladarse juntas a Londres, uno de los principales centros de aviación de la época.
En 1932 obtenía la licencia de vuelo privado en el Club Aeroplano de Londres. Superada la parte teórica, quedaba la logística y es que no tenía el dinero suficiente para obtener el permiso de vuelo comercial y mucho menos para comprar un avión. Ella buscaba un espónsor pero rentabilizó su condición de fémina –que le valió el apodo de La Garbo de los cielos– con dos relaciones sentimentales. La primera con el piloto neozelandés Fred Truman –quien le costeó la licencia– y la segunda con el inglés Victor Doree, que le compró su primera avioneta. Una Gipsy Moth que acabó siniestro total en un accidente en Pakistan.
Con la Castrol Oil como patrocinadora, comenzaron los éxitos de Batten. En 1934 batió por cuatro días el récord femenino de Amy Johnson al cruzar de Inglaterra a Australia en catorce días y 22 horas y tras dos intentos fallidos. Un año después fue la primera mujer en volar sobre el Atlántico Sur hasta Brasil con un récord de velocidad. "Si me caigo y desaparezco en el mar, no quiero que nadie venga a buscarme. No tengo la más mínima intención de poner en peligro la vida de los demás", advertía antes de sus despegues.
Los galardones empezaron a sucederse: el Harmon Traphy, fue nombrada Comandante del Imperio Británico y, en 1938, se convirtió en la primera mujer en recibir la medalla de la Federación Internacional de Aeronáutica, el mayor honor de la aviación.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial fue el final de sus aventuras aéreas. Jean tampoco pudo encontrar un empleo y acabó por retirarse de la vida pública. Finalizada la contienda, vivió con su madre en diferentes localizaciones alrededor del mundo hasta la muerte de ésta.
En los años 60 llegó a Palma buscando un nuevo hogar y fijó su residencia en unos apartamentos de Porto Pi. En 1979 escribía su autobiografía, Alone in the sky consumida entre el anonimato y el aislamiento en el que moriría tres años después. Su negación a tratar la infección de una herida provocada por la mordedura de un perro acabó con su vida.
El mundo había perdido su pista hacía tiempo y, sin nadie que la reclamara, fue enterrada en una fosa común. Fue la historiadora neozelandesa Ian Mackersey quien la localizó años después. En Palma se arregló su tumba con una placa de reconocimiento y se puso su nombre a una calle. En su país, bautizó la terminal internacional de Auckland donde, en su honor, siguen despegando los aviones.
Fuente
Elena Soto: Una amenaza en miniatura