martes, 13 de octubre de 2009

El espía geodesta de Napoleón (François Aragó)

Laura Jurado | Palma martes 13/10/2009

Si la suerte radica en estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, podríamos decir que François Aragó fue –para lo bueno y para lo malo– un experto en el fenómeno. Un suertudo que con apenas veinte años llegó a Baleares para acabar las mediciones del meridiano de París. La mala fortuna hizo que sólo un año después le pillara allí el levantamiento contra las tropas napoleónicas.

François Aragó nació en Estagel, una pequeña población cercana a Perpiñán. Su sueño de infancia fue siempre estudiar en la Escuela Politécnica de París, pero una vez dentro, se dio cuenta de que aquella formación le quedaba corta. Con sólo 18 años su talento y una recomendación le permitieron convertirse en secretario del Observatorio de París. Allí le llegó su primera casualidad.

La muerte de Pierre Méchain había interrumpido el proyecto de medición del meridiano de París, aún quedaba pendiente la prolongación hasta Baleares.

Su cargo le hizo ser incluido junto a Jean Baptiste Biot en el grupo que completaría el proyecto y permitiría obtener un mayor conocimiento sobre la figura de la Tierra. «Ninguno de los dos tenía experiencia en la técnica de la triangulación geodésica, pero consiguieron convertirse en expertos en el manejo del círculo repetidor de Borda, el instrumento que utilizaban los geodestas de la época», afirma la investigadora y autora de François Arago y Mallorca: la prolongación del meridiano de París a las Baleares 1803-1808, Elena Ortega.

En marzo de 1807 los dos científicos llegaban a Ibiza donde crearon la estación geodésica de Campvey. Desde allí efectuarían las observaciones entre el Desierto de las Palmas en Castellón, la isla y el Montgó, cerca de Denia. Habían modificado en parte el proyecto de Méchain pero, ¿cuál era exactamente su trabajo? «Se basaban en la triangulación. La distancia a medir se dividía en triángulos aéreos y se calculaban sus lados y ángulos. Con el círculo repetidor en uno de los vértices se tiraban visuales hacia dos puntos determinados», explica Ortega.

Estas distancias podían superar los 150 kilómetros y las mediciones se hacían de noche con lámparas y grandes espejos. A veces tenían que esperar durante semanas hasta recibir la señal.

Ibiza iba a ser el punto más meridional del proyecto, pero Biot y Aragó se trasladaron a Formentera para configurar el extremo sur del meridiano. Por aquel entonces era inviable continuar la misión hasta las costas africanas. El llano de La Mola fue el escenario para su nueva estación con las consiguientes dificultades para trasladar todo su material desde el puerto de La Savina.

En 1808 Biot regresaba a París. Aún quedaba el último triángulo del proyecto que requería trasladarse a Mallorca para acabar su medición, pero ése sería cosa de François Aragó. En el mes de mayo llegaba a la Isla para instalarse en la cima de la mola de S’Esclop, cerca del Puig de Galatzó. Allí aún hoy una barraca de piedra recuerda su estancia.

Apenas quince días después llegaron a Mallorca las noticias del levantamiento de la Península contra las tropas napoleónicas. Contagiados, los mallorquines se acordaron de aquel francés de S’Esclop que movía extrañas luces. Sin duda era un espía de Napoleón. Comenzó entonces la persecución de Aragó y, aunque estuvo a punto de escapar camuflándose como un payés más, terminó por pedir que le encerraran en los calabozos del castillo de Bellver hasta que se calmaran las aguas. A finales de julio abandonó su encierro para regresar a Francia. Sin embargo su viaje de apenas unas semanas se convirtió en una odisea de tres meses.

Aragó consiguió preservar todos los resultados de sus investigaciones y los depositó en el Bureau des Longitudes de París. Como recomensa, fue elegido miembro de la Academia Francesa de las Ciencias con sólo 23 años y astronómo del Observatorio Real de París. Los resultados de sus observaciones en España fueron publicados en 1821. «Su trabajo fue de una exactitud extraordinaria. Sus cálculos confirmaron el valor admitido unos años antes para el metro, que ya por entonces estaba instituido como la unidad de medida de longitud», asegura la investigadora.

En los años que siguieron hasta su muerte, François Aragó siempre siguió implicado en la ciencia: investigó la velocidad del sonido, descubrió el magnetismo rotatorio, desarrolló los sistemas de ferrocarriles y telégrafos eléctricos y apadrinó la aparición del daguerrotipo. Quizá alguno de los grafitos históricos de Bellver contenga parte de aquellas futuras inquietudes.

Fuente
Elena Soto: Factoría de robots en el ParcBit