El acercamiento de Francesc Cardona i Orfila a la ciencia es tan misterioso como el secreto mismo de la Creación. Comenzó por compatibilizar su actividad sacerdotal con sus inquietudes científicas y acabó por hacer de éstas últimas una industria pionera con seda made in Alaior.
Su formación en Teología en Valencia y Barcelona puso a Cardona i Orfila en el camino del ministerio sacerdotal y la pedagogía. El origen de su interés por la ciencia es algo desconocido, pero pronto lo aplicó a sus obligaciones eclesiásticas y colaboró con el Obispado en la creación de los gabinetes de física y química y de historia natural del Seminario Conciliar de Ciutadella. Pronto comenzaron sus investigaciones en dos áreas diferentes: la entomología –que estudia los insectos– y la malacología –interesada en los moluscos–. Dos facetas en las que se convirtió en un verdadero coleccionista. Sus conocimientos crecían al mismo tiempo que el número de ejemplares de su propiedad.
Sus tres volúmenes sobre entomología –entre ellos el Catálogo de los coleópteros de Menorca (1872)– recogían los nombres en latín de las especies, el que recibían en catalán y su hábitat. Por otro lado, su colección de moluscos fue durante mucho tiempo la segunda más importante de España en número de ejemplares sólo superada por la del Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
«Existió un proyecto para crear un museo de Historia Natural con Rodríguez Femenías entre sus impulsores. Sin embargo, el fracaso de la iniciativa hizo que se dispersaran las colecciones de Cardona i Orfila y se perdieran ejemplares», afirma el conservador del museo de Ciencias Naturales del Ateneu de Mahón, Llorenç Pons. El Seminario de Ciutadella, el Museo de Menorca y el Ateneu acogieron parte de esas colecciones. Sólo éste último cuenta en sus depósitos con más de 4.000 ejemplares de todo el mundo: Filipinas, Brasil, Panamá o el sudeste asiático.
En 1881 Cardona i Orfila se convirtió en el representante menorquín de un proyecto que se extendió por todo el sur de Europa. Tras una epidemia que diezmó el cultivo del gusano de seda común en el continente, se implantaron numerosas granjas para la producción de seda salvaje a partir de una nueva especie: el Antheraea pernyi, por entonces denominado Attacus pernyi.
En España se instalaron granjas en Castellón, Barcelona, Navarra, Vizcaya y Menorca. Aquella nueva especie –también conocida como el gusano de seda del roble– era criada desde hacía siglos en Oriente para obtener lo que hoy se conoce como seda salvaje, más difícil de trabajar pero también más resistente que la tradicional.
«En La Isla de Menorca del Archiduque, con quien también colaboró Cardona, ya se hace mención al intento de cría de esta especie para instalar en la isla una industria de la seda», apunta Pons. Pero las granjas menorquinas contaban con un problema añadido: la ausencia casi absoluta de robles, fuente de alimento del gusano. Ahí fue donde intervino el religioso.
Su idea era que el Attacus pernyi cambiara su alimentación por las hojas de encina, un árbol abundante en Menorca. Entre 1881 y 1883 comenzó las pruebas. Dos opúsculos recogieron más tarde su experiencia bajo el título Apuntes sobre la aclimatación del Attacus pernyi, gusano de seda bivoltino del roble, efectuada en Menorca, a domicilio y en el monte, con la hoja de encina, Quercus ilex. «El lugar elegido fue la possessió de Son Gall en Alaior. Allí, además de existir un gran encinar, contaba con la ayuda de sus propietarios», detalla el conservador museístico.
El objetivo era crear una industria de la seda en Menorca gracias al abastecimiento de la materia prima, los gusanos. Su proyecto pionero contó con muy pocos apoyos en la sociedad menorquina. Una carencia que se sumó a los escasos recursos económicos y a la falta de rentabilidad de las granjas hasta dar por finalizada la aventura en la isla en 1886.
Como en Menorca, el resto de granjas de España cerraron durante los primeros años del siglo XX. Sin embargo, lo que fue considerado un fracaso empresarial fue probablemente una victoria biológica. Los Attacus pernyi –hoy renombrados como Antheraea pernyi– no llegaron a proliferar pero el experimento de Cardona i Orfila consiguió que aún hoy en día orugas y mariposas de esta especie sigan reproduciéndose en encinares menorquines.
Fuente
Elena Soto: La sal marca el ritmo turbulento del océano