CARLOS GARRIDO. WWW.CARLOS-GARRIDO.COM De vez en cuando, deberían recordarnos que somos puerto de mar. Es curioso cómo, en otros tiempos, uno de los mayores focos de atención era ´es moll´. Los barcos que llegaban y salían, los vehículos que eran descargados, los pasajeros. La ciudad vivía en cierto modo pendiente de la actualidad marítima.
Hoy, es todo lo contrario. Cada día más, el puerto se aleja de la vivencia diaria. Es como una especie de escenario que representa cosas sólo para unos pocos. La gente está muy ocupada con sus problemas de tráfico, sus encargos, sus ideas y venidas por la ciudad. Lo que pasa en nuestras aguas sólo es observado por una minoría.
Uno de los espectáculos más privilegiados en una ciudad marítima como la nuestra son los barcos. Los que entran y salen. Pero también los que permanecen fondeados a la entrada del puerto. Las siluetas de esos grandes cargueros, inmóviles, centran durante días el cuadro de nuestro horizonte. Sin darnos cuenta ni pensar, pasamos delante suyo muchas veces. Inconscientemente nos fijamos en sus sombras, en la flecha que marcan sus proas. Pero poco más.
Por las noches, esos barcos fondeados constituyen todo un espectáculo. Encienden sus luces como si fuesen pequeñas ciudades fantasmas, en medio de la oscuridad. Nos permiten imaginar cómo ha de ser la vida en uno de esos mercantes, sin actividad, simplemente esperando para entrar en puerto, o a que se calme el mal tiempo, o a que se solucionen otros temporales de tipo económico.
Cuando tantas ciudades carecen por completo de un horizonte poético, deberíamos ser conscientes del privilegio que es despertarse y ver unos barcos fondeados. Constituyen un capital de imaginación, una forma de dar profundidad al horizonte. De sentir que, allá lejos, también hay otros hombres que miran el cielo, que baldean las cubiertas, que esperan la hora de llegar a tierra o de partir hacia otros lugares.
Y ese recurso de pensar en dimensiones que tienen un punto de fuga nos libra de las pequeñas maquinalidades, de la rutina, del peso insoportable de la vida plana. El mundo sería distinto si la gente viera menos la tele y se fijase más en esos barcos dormidos, lejanos, que activan la TDT de tu vida interior.
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