UGT dedica un libro al recuerdo de las 97 víctimas fallecidas en la explosión del polvorín de Sant Ferran en 1895
MAR FERRAGUT. PALMA. Hay cosas que no se pueden ni se deben olvidar. El mayor siniestro laboral de la historia de Balears es una de ellas. Hablamos de la explosión del polvorín de Sant Ferran de 1895. Murieron 97 personas.
Han pasado 113 años, pero esas víctimas mortales de la codicia empresarial no deben caer nunca en el olvido. Para ello, UGT ha publicado recientemente el libro El record d´una tragedia: Explosió al polvorí de Sant Ferran, escrito por Joan Huguet i Amengual y documentado con gran cantidad de imágenes de la época y declaraciones de los culpables del siniestro.
Hace menos de un mes se cumplió el aniversario del accidente. Fue un 25 de noviembre, a las dos de la tarde en el almacén de pólvora de Sant Ferran, más o menos donde hoy se levanta la sede de Hacienda, en la calle Cecili Metel. Allí, en un barracón de madera de dimensiones reducidas, trabajaban más de cien personas, en su mayoría mujeres y niños. Su labor era recuperar la pólvora y otros materiales de los cartuchos de las armas del Ejército español que se habían quedado obsoletas.
Un trabajo peligroso. ¿Medidas de prevención? Prohibido fumar, obligación de ir descalzo o con alpargatas, no pegar golpes secos a los cartuchos y almacenar dos veces al día la pólvora obtenida. Estas directrices eran insuficientes y encima, ni siquiera se cumplían siempre. Tal y como figura en la introducción de la publicación, se calcula que en el momento de la explosión debía haber entre 100 y 150 kilos de material explosivo sin retirar. La causa aceptada como la más probable es que alguien dio un golpe demasiado fuerte a una de las cápsulas con los cartuchos.
Según recoge el libro, una de las supervivientes, María Bernard, comentaba desde el hospital que "no lo sabía" pero que "había oído decir que una niña de diez años que trabajaba allí fue la que produjo la explosión al golpear un cartucho". Otro trabajador que pudo contarlo, el encargado Pedro Navarro, apuntaba que por el suelo del sitio dónde ocurrió la catástrofe, y "a pesar de los avisos del declarante", "había pólvora derramada por los descuidos de las mujeres al vaciarla del delantal de cuero al saco o cajón". Juan José Tomás, que también salvó la vida, protagonizó un episodio de los que ponen los pelos de punta y que recoge el libro de Huguet cuando "vio a una mujer en el foso con sus ropas encendidas" y que enseguida se quitó su camisa de trabajo "y con ella cubrió a la expresada mujer que estaba completamente quemada pero aún con vida".
La deflagración afectó de lleno a un grupo de obreros formado por una veintena de hombres, sesenta mujeres y varios niños que desmontaban tres millones de proyectiles de desecho en una casa provisional adherida al polvorín. El empresario Gabriel Padrós organizó el negocio al adjudicarse un lote de 15.961 fusiles puestos a la venta por el Ministerio.
La conmoción del archipiélago y del país en general fue considerable. La prensa local ya puso el dedo en la llaga y comenzó a buscar responsabilidades. La Almudaina exigía saber "las condiciones legales y técnicas con que se practicaban manipulacines tan arriesgadas". Hoy, el secretario de Acción Sindical de UGT, Manuel Pelarda, lamenta en el libro que el suceso ya se haya borrado de la memoria colectiva y, haciendo un llamamiento por la seguridad en el trabajo, advierte que "los que olvidan su historia, están condenados a repetirla".
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